Teología de la migración
Por 8 Octubre, 2021“Hasta en el cielo hay control migratorio”, sentenció el director del Instituto Nacional de Migración, Francisco Garduño. Lo anterior lo comentó hace unos días en el marco de su visita a Ciudad Acuña, Coahuila, un punto conflictivo por la cantidad de haitianos que quedaron varados entre el rechazo estadounidense y el mexicano.
Según sus cuentas, a Acuña llegaron unos 600 haitianos, al tiempo que en Estados Unidos fueron detenidos poco más de 3 mil, una cantidad ínfima si se considera al total de centroamericanos y sudamericanos que logran el cruce fronterizo, sin que ello signifique que no serán detenidos más tarde por las autoridades migratorias.
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Garduño tiene una peculiar idea del desplazamiento forzoso.
En el caso de los haitianos, “quienes llegaron a territorio nacional y solicitaron refugio, deben continuar sus trámites ante las instancias correspondientes y en la región donde fue iniciado el mismo. Se proporcionará la transportación aérea y terrestre que permita a las personas migrantes poder regresar a los estados de donde salieron para continuar con su proceso”.
Lo anterior deja mucha tela de donde cortar, particularmente esa frase de “de donde salieron para continuar con su proceso”, pues a juzgar por lo visto, ese proceso lo iniciaron en Puerto Príncipe. Tal vez por eso, la dependencia que dirige Garduño mantiene tanta comunicación con la embajada haitiana desde hace semanas.
Por su parte, el presidente López Obrador afirmó:
“También se tiene que actuar para atender las causas. La gente sale por falta de trabajo o violencia. Entonces hay que atender esto”. Pero no se refería al holocausto de Tepalcatepec o a las matanzas en Sonora; hablaba de lo que ocurre en Haití y que producen diásporas como las que se ven ahora en México.
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La conclusión es obvia, el funcionario Garduño regresará a los haitianos a su país.
Y ellos no tienen demasiadas opciones, por lo que intentarán el cruce de nueva cuenta.
Los mexicanos llevan más de un siglo haciendo lo mismo.
De las anécdotas que se cuentan
En el pasado, era mero protocolo en el binomio 15-16 de septiembre, preguntar a las autoridades civiles y a los mandos militares, si se había dado cita algún incidente, particularmente la noche del Grito y el desfile que en los años ochenta, ocupaba un espacio kilométrico en las transmisiones televisivas.
“Sin novedad” y “Saldo blanco” eran los dos términos que se empleaban incesantemente, más como etiqueta lingüística que como dato verdadero.
Era evidente que quien informaba, no iba a quedar en ridículo señalando que había “saldo rojo”.
Pero ahora, en 2021 el saldo blanco solo existe en la mente de quienes mencionaron el término: el 15 de septiembre se registraron 88 homicidios en el país, al tiempo que el 16, se dieron 104.
Por lo que se refiere a los feminicidios, el peor año del sexenio de Enrique Peña Nieto fue 2018, con 914 casos. López Obrador lleva 968 en 2019 y 969 en 2020.
Y no se piense que las cifras son inéditas.
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Casi todos los días, se ronda los cien homicidios cada 24 horas.
Tan solo el 7 de septiembre, se dieron 105. Y el 6 fue un día apacible, solo hubo 74. En 2019, se cometieron 35 mil 616 homicidios al tiempo que en 2020 se registraron 35 mil 484, por lo que la cifra de 2021 seguramente no bajará de los 35 mil.
Y en el caso de las desapariciones forzadas, en lo que va del sexenio de López Obrador se ha reportado la desaparición de poco más de 21 mil 500 personas.
Estas cifras son por mucho, superiores a las de la mayoría de las estadísticas del “periodo neoliberal”, con la excepción en algunos delitos, del sexenio de Felipe Calderón.
Así que el término “Saldo blanco” hay que guardarlo para mejor momento, no para presumirlo con cien homicidios diarios en un país que no termina de desangrarse.
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*ARD